¿QUÉ ES?
Se conoce como
enfermedad de Huntington a un tipo de trastorno del movimiento que tiene su
origen en un problema en una zona del cerebro llamada los ganglios basales; en
concreto, del área conocida como caudado. Las neuronas que gobiernan esta parte
del cerebro comienzan a destruirse de una manera programada genéticamente; es
decir, nuestra propia herencia dicta que estas neuronas deben destruirse. Esto
ocasiona una disminución de los niveles del neurotransmisor acetilcolina, lo
que contribuye a empeorar los síntomas y favorece la aparición de demencia en
estadios avanzados de la enfermedad de Huntington.
Los ganglios
basales son, junto con el cerebelo, las estructuras más importantes de nuestro
sistema nervioso en el control de los movimientos. Cuando las neuronas de este
área se degeneran, las funciones de control del movimiento quedan sin
regulación, lo que produce uno de los principales síntomas de la enfermedad de
Huntington: la corea, o movimientos incontrolados y que asemejan a un baile
(danzantes), porque los movimientos involuntarios dejan de estar inhibidos.
La afección
suele comenzar en la edad media de la vida. En etapas más avanzadas, esta
degeneración comienza a hacerse más extensa, afectando a otras áreas; y
finalmente aparece la demencia.
CAUSAS
La enfermedad de
Huntington se desarrolla debido a una alteración genética. Uno de nuestros
cromosomas, en concreto el cromosoma número 4, sufre una mutación en su brazo
corto.
Al ser un gen
dominante, solo es necesario que uno de los padres posea en su material
genético una copia del gen defectuoso para que el descendiente que ha heredado
dicho gen desarrolle la enfermedad de Huntington (si fuera recesivo, tanto el
padre como la madre deberían portar una copia del gen para que apareciese la
enfermedad, pero desgraciadamente no es el caso). Cualquier persona que haya
heredado un gen defectuoso, acabará desarrollando la enfermedad si vive el
tiempo suficiente.
De modo que la
única esperanza es que, de las dos copias de cada gen con que cada progenitor
puede proveer a los descendientes, la copia que se herede sea la sana y no la
defectuosa.
En ocasiones
puede ocurrir que una persona que no tenga antecedentes familiares de enfermedad
de Huntington desarrolle la enfermedad. Se trata de casos espontáneos, en los
que el gen sufre una mutación esporádica, lo que lleva a la aparición de los
síntomas.
SÍNTOMAS
Durante los
primeros estadios de la enfermedad, los movimientos involuntarios pueden aparecer
mezclados con los intencionados; por ello, es fácil que pase desapercibida en
estos momentos. Por regla general, los efectos progresan más rápido cuanto más
joven es el paciente. Así, una persona que comienza a presentar síntomas a los
30 años de edad sufrirá una evolución de la enfermedad más rápida que si el
paciente comienza a desarrollar los síntomas a los 50 años.
Paulatinamente,
los movimientos van estando cada vez más presentes, hasta que llevar a cabo
acciones cotidianas como tragar, vestirse, asearse... se convierten casi en un
imposible.
Los principales
síntomas son los que involucran los movimientos, pero no son los únicos. Uno de
los más frecuentes, en especial en etapas tempranas, son los cambios de
carácter. La persona se encuentra más irritable, agresiva, apática, o incluso
deprimida.
Las capacidades
cognitivas también pueden afectarse: memoria, concentración, raciocinio...
pueden verse disminuidas. A medida que la enfermedad de Huntington avanza, se
comienzan a observar síntomas de demencia, al disminuir el neurotransmisor
acetilcolina, que se encarga de que las conexiones entre las neuronas funcionen
perfectamente.
TRATAMIENTO
La enfermedad de
Huntington no tiene cura, pero muchos medicamentos pueden utilizarse para
disminuir la gravedad de los síntomas e intentar facilitar la vida del paciente
y los cuidadores.
Algunos de estos
medicamentos utilizados para el tratamiento del Huntington son principalmente
antipsicóticos ya que la disminución de las neuronas productoras de
acetilcolina hace que se reduzca el nivel de este neurotransmisor y aumente el
efecto de la dopamina, y se incrementen así los movimientos involuntarios.
Estos fármacos ayudan al control de la parte emocional, como la agresividad,
alucinaciones... pero no controlan los movimientos. Es más, algunos pueden
incluso empeorarlos con el tiempo, debido a un fenómeno de hipersensibilidad.
Se utilizan a dosis menores de las que habitualmente se emplean en las
psicosis, para intentar no incurrir en somnolencia o catalepsia; pero debido al
carácter progresivo de la enfermedad, se observará una pérdida paulatina de la
eficacia.
El neurólogo
será el médico responsable de iniciar el tratamiento, eligiendo en cada caso el
fármaco que mejor se ajuste, teniendo en cuenta las características
particulares de cada paciente y considerando los efectos adversos.
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